lunes, 12 de marzo de 2012

Sueño otoñal de una noche de verano (4)

Su alma helada no dejaba de mirarme mientras tocaba el piano en aquél gran salón lleno de polvo, telarañas, sueños y muebles cubiertos por sábanas. Encima del piano, una pequeña flor azul se marchitaba hasta perder su color, incluso el de su tallo, y el pequeño jarrón de cristal se corroía igual que la flor a la que había dado vida.
Aquella melodía cantarina a la vez que melancólica recordaba al canto de un ruiseñor ahogándose en la angustia. Todas sus notas volaban de un lado a otro de la habitación rozándome el aliento con el aspecto de pequeños polluelos cadavéricos.
Y él no dejaba de mirarme.
La música aún habiendo hecho que mi alma se encogiera hasta el punto de poder esconderse entre mis pulmones, había conseguido avivar algo en mi, pues me resultaba familiar.
Y él no dejaba de mirarme.
Sí, estaba claro, no era la primera vez que escuchaba eso, y aquellos diminutos esqueletos de ruiseñor lloraban y volaban felices al igual que la sensación que bebía de mis venas.
Y él no dejaba de mirarme.
Se me ocurrió preguntarle acerca la pieza, sí, preguntarle eso antes de quién era.
-¿Que estas tocando?
Seguía sin moverse, mirándome fijamente, como si no hubiera escuchado nada.
-Oye, ¿me escuchas? Digo, que qué tocas, me resulta familiar.
Arqueó un tanto la ceja y frunció otro tanto la siguiente, levantó una mano sin dejar de tocar y me mando callar con su dedo indice. Me quedé sin hablar un largo rato, pero esa situación empezaba a desesperarme.
-Sabes, no se que hacemos aquí... y esa canción cada vez me pone mas los pelos de punta, ¿no vas a decirme qué es?
Una media sonrisa de psicópata recorrió su rostro y sentí como mi alma, que antes anidaba entre mis pulmones, bajó a mis entrañas arañándome el estomago. Abrió la boca y entonces la melodía se mezclo con un pitido muy leve en mis oídos y un zumbido que acompañaba al movimiento de labios de ese chico. Era como cuando las ondas de radio se mezclan con la mala sintonización de un canal de televisión, o como el sonido que sale del televisor cuando aparece en él la imagen de varias franjas de colores.
Me tapé los oídos por miedo a marearme otra vez, en ese momento dejó de hablar y aquel horrible sonido cesó.
-Eso... ¿qué ha sido eso?- Lo miré y él no dejaba de mirarme. Siguió tocando aquella pieza una y otra y otra vez.
-¿Por que?
Frunció el ceño y comenzó a mirarme con cara de impaciencia. La canción del piano empezaba a atarse a mi como una soga al cuello, estaba asfixiándome. Decidí sentarme al pie de unas escaleras de madera que rechinaban y daban a algún posible 2º piso. Estuve allí sentada una hora aproximadamente (o eso me pareció a mi), y en todo momento no dejó de mirarme.
El principio de mi desesperación.
-Dime algo, por favor.- Y no dejaba de mirarme con la misma cara de inexpresividad.-¿Por que no hablas? Dime algo,¿ quién eres? ¿Qué tocas? ¿Dónde estamos?- No respondía y mi nerviosismo fue aumentando, por lo que comencé a dar voces-¡Maldita sea, deja de mirarme así y abre la maldita boca de una vez!
La melodía paró y el dejó de mirarme. Yo, de pie frente a él. Él mirando el piano ofuscado, y el piano marchitándose consecuentemente él había apartado sus manos de las teclas.
-¿Y bien? ¿No piensas dirigirme una sola palabra?
Se levantó brusca y rápidamente de la banqueta y vino hacia mi. Cuando le miré sentí miedo y la posibilidad de morir arañaba mis entrañas empujándome a salir corriendo, pero no tenia la mínima intención de hacerlo.
Me miró de mala forma, estaba enfadado conmigo.
-¿Qué pasa?
Me tapó la boca con fuerza haciendo que me chocase contra la pared y acto seguido me mando callar. Le empujé para quitármelo de encima.
-Esta situación empieza a hartarme.
Volvió a abrir la boca y gritó algo que no puede escuchar, pues los oídos me pitaron de nuevo con fuerza. Esta vez le tapé yo a él la boca.
¿Eso lo has hecho tú?
Volvió a mirarme enfadado, a él también le pitaban los oídos. ¿Por qué no podríamos escucharnos?
Me apartó el pelo de la cara y me lo recogió en la oreja, se sentó una vez mas y siguió tocando. El piano rejuveneció hasta el día de su estreno, él lo salvo de su senectud.
Me miró de nuevo, pero esta vez me invitó a sentarme. La música invadía la habitación, la misma música de antes, y tocaba sin partitura, por lo que seguía sin saber que era lo que estaba escuchando.
Miré las teclas, quise tocar. Acerqué las manos pero cuando hice sonar la primera tecla, desperté.

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