Deseaba llegar a ese estado de locura. El mundo no existía, el tiempo no existía, no había hambre, sueño o cansancio, no tendríamos valores ni tendríamos que pedirle cuentas al futuro. No conoceríamos ni cielo o infierno; éramos los dueños de un paraíso pecaminoso.
Solo los dos muriendo de locura en nuestro propio mundo.
Solo los dos muriendo de locura en nuestro propio mundo.
Nos mataríamos, seríamos caóticos, y nuestro caótico destino era maravilloso.
Estábamos condenados.
Condenados el uno al otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario