jueves, 21 de febrero de 2013

Melocotón en almíbar. (Parte 8)

Aquella tarde fuimos a tomar un café y terminamos follando en su coche.
Sonia, aquella encantadora, simpática, y dulce muchacha de ojos oscuros y pelo castaño claro. Me gustaba, me había dado confianza para contarle mis cosas, me había curado las heridas con melcromina y besos, y también con discursos sinceros. Cuántas veces había aguantado aquella niña de 20 años mis historias y mis estupideces sobre la pequeña Olga. Cuántas me había ayudado, y cuantas veces habría hecho que por un tiempo me olvidará de ella. Yo lo intentaba, estaba a gusto con ella, pero seamos sinceros, Olga era mucha Olga, y en el fondo siempre iba a estar ahí.

Ese día fuimos a tomar café y terminamos sudando en su coche.
Y ya no hay más.
No hay más por mi parte. Ella me quería, era cariñosa, risueña, y me cuidaba. Me llamaba, estaba pendiente con sus cariños. Se había rayado muchas veces, pero para mi, no podría ser mas, simplemente no podría quererla mas, había llegado a mi limite con Sonia, solamente la tenia cariño y le estaba agradecido, y por agradecimiento no quería hacerle daño, y la cuidaba también en ciertos aspectos, pero tampoco la mentí nunca.

-Fer, ¿qué tal con Sonia?
-Con Sonia bien, como siempre… ¿por qué?
-Por nada, curiosidad hermano, me cae bien, me gusta para ti.
¿Este sábado vas a salir?
-Supongo. Hay fiesta, ¿no?
-Sí. Hacen fiesta por no sé qué en el London.
-¿Entrada?
-Claro. Pero son solo 5 pavos con consumición, por lo visto va a estar bastante bien.
-Sí, eso me han dicho.
-Oye pásate eso, que te lo pinchas.
-Pero si me lo acabo de encender…
-¡Eso ya huele a uña pedazo de rata, va por menos de la mitad!
-¡Qué va! Lo que pasa es que era flautero. Además tú te estas bebiendo mi litro, no te quejes.
-Baaah, eres un mierdas.


Le pasé el porro a Edu, y me fui a la tienda a por una bolsa de pipas. Iba pensando que a la fiesta del London iba a ir con Sonia, y tenia bastantes ganas de esa fiesta, aunque me apetecía mas ir solo con mis amigos, aun a veces, a pesar de que había pasado mucho tiempo, me apetecía estar solo. Pero bueno, no había mas opciones. Mis amigos eran sus amigos. Así que tocaba apechugar. Por lo menos ella no era una persona agobiante... normalmente.
¿Cuánto más iba a alargar esta mentira? No podía “dejarla”, me sentiría fatal conmigo mismo por mandar al carajo a la única persona que a logrado distraerme de Olga en todo este tiempo. Pero sabía que cuanto más la hiciera subir, más le dolería la caída. ¿Cuánto tiempo más?

Melocotón en almíbar. (Parte 7)

Después lo volví a ver, solo una vez, nos encontramos por ahí y fuimos a tomar algo, me estuvo contando cosas, muchas cosas.
Me contó que tenía curro nuevo, y que había comprado unos discos nuevos, que el fin de semana anterior había estado de fiesta, y que en media hora había quedado con una chica:
-Estuvo muy bien, tía. Se petó de gente.
-Me alegro, si lo llego a saber me acerco. Aunque no sé si estas habrían querido ir.
Bueno, y qué más te cuentas, ¿a dónde ibas ahora?
-Ahora, bueno… a dar una vuelta- lo dijo algo seco, de una forma rara, pensándoselo. Sonreí para mí.
-¿A dar una vuelta? ¿Tú solo, no?
-No,-dijo de la misma manera- claro que no voy solo. He quedado con una amiga…
Me reí con ternura:
-¿Con una chica? ¿Tienes algo con ella, eh?
-Bueno, algo, pero bah, no sé paso de rollos serios, es salailla, pero tampoco te creas que me gusta mucho.
-Ya, claro... ¿Y dónde vas a ir?
-Pues no sé, supongo que con sus amigas a dar una vuelta. –A dar una vuelta con sus amigas, en la vida a querido acercarse a las mías, que irónico… pensé, en el fondo me hacia gracia y por otra parte me daba algo de rabia.
-Entonces tienes algo serio...
-Que va, si ella se va ahora.
-¿Y? No tiene nada que ver.
-No, en serio, paso. Además, que no sé. Es guapa, y simpática, pero no me llama la atención de forma exagerada, estoy agusto y ya está. Además, no podría tener nada serio con ella…
-Lo que tu digas- me burlé de él- A mi me parece que hay algo mas. Oye, ¿me acompañas a por tabaco al estanco?
-Claro.
Me levanté de la silla de plástico vieja de terraza de bar, cogí el bolso y me dirigí al estanco. Él venia a mi lado, mirándome de reojo, con un atisbo de felicidad en el rostro, y yo con cara seria, preocupada. Sí, preocupada, por mucho que me joda reconocerlo, estaba preocupada. Llevaba enrollándose con una chica, que le molaría de antes, no sé cuánto tiempo, y encima se iba con ella y sus amigas a tomar algo, y a saber qué más cosas haría, sin yo saberlo. Le diría chorraditas al oído y se la comería, y ella se enchocharía, y se lo querría llevar para ella para siempre, para que ninguna otra mujer lo mirase, y sonreiría, sonreiría siempre. Y él, que siempre me había dicho que me quería tanto, y yo sé que me quería, pero empiezo a dudar de cuánto.
Él no es como yo, yo podría hacer eso amando con locura a cualquier persona, pero él, mucho tendría que gustarle, mucho se tendría que haber olvidado de mi. Ni si quiera me había dado señales de vida en un mes, únicamente las daba yo... a él. Nunca había sido capaz de salir por ahí conmigo, y me daba la impresión que por ella estaría haciendo mas cosas en estos momentos. Es horrible pensar en abandonar a alguien para que todo vaya mejor y que todo se vaya a la mierda, aunque todo esto ya estaba previsto de antemano. Te vas para que los dos podamos ser felices, para que él no me condicione, para que me comprenda y confíe en mi como yo lo hacia en él.
Fer no sé da cuenta, que lo único que quería era que echase a volar del nido, y él se ha visto como un poyuelo abandonado y se a buscado a otra que no le obligue a hacer ese tipo de cosas que dan miedo, a superar todo eso por lo que nos aferramos todos al mismo modelo de relación de pareja. Es muy fácil sentir celos, o sentir inseguridad, o desconfiar, y hacer locuras y ser egoísta. Pero no es fácil cuando saltas de un precipicio esperando superar todo eso, esperando hacer un salto perfecto y caer de pie como los gatos, o esperar que esté debajo para cogerte. Es muy difícil conseguir el valor y echarle cojones para superar todo aquello que condiciona a las personas, y sí, a veces da miedo, y decides ser como los demás y hacer las cosas más fáciles porque esos tipos de valores ya te los sabes de antemano. No hay nada nuevo que aprender, yo salté y él se aferró al calor del nido, a la seguridad de la rama; a que ya allí no le sorprendería nada.

Entonces me miró y me dio un beso en la mejilla, de una forma extraña, solo noté mucho, mucho cariño y mucho amor, y me hizo sonreír y me hizo pensar aquello de que a lo mejor algún día se atreva a saltar desde el precipicio.
Me dio un beso en la mejilla, como se le da a una niña pequeña o a una hermana, y me subió la bilirrubina. Y entonces lo miré y lo volví a ver: la sonrisa y el brillo en los ojos marrones de Fer, y la sensación de añoranza y como se me humedecían los ojos, y mi boca en forma de luna apuntando al techo. Y suspiré; aquello del “ains” escapándose despacio de mis labios casi como las aguas lentas cayendo al vacío.

Y entré en el estanco. Fer me esperó en la puerta, y mientras yo compraba un paquete de cigarrillos a él le llamaban por teléfono, sólo acerté a oír que era una tal Sonia, así que supongo que sería la chica esa de la que me había estado hablando.
Salí del estanco y lo miré sonriente.
-¿Te vas ya?
-Sí, mas o menos, ¿tú qué vas a hacer?
-Yo iré a casa, hoy no hay mucho que hacer, es miércoles.
-Bueno pues, te acompaño un poco, si quieres.
Eso significaba que le apetecía estar conmigo, si había quedado con esa chica a una hora y ya le había llamado era por algo y si se quedaba más tiempo, aun tardaría más.
Sonreí.
-Claro, además, a saber cuándo vuelvo a verte…
-Pronto, un día de estos te llamo.
-A ver si es verdad. ¿Te echas un piti conmigo?
-Vale, pero me tengo que ir pronto, eh.
-Lo sé, lo sé.
Nos sentamos, en un banco enfrente de la puerta de casa, y nos pusimos a hablar de chorradas, solo por no dejarnos de hablar, para disfrutarnos un poco. Conversaciones banales y tontas, entonces le dieron un toque al móvil. Sí, debía de llegar un poco tarde.
-Bueno, me tengo que ir Olga.
-Pues nada, que te lo pases bien. Llámame un día de estos.
Se levantó y se puso delante de mí.
-Dame un abrazo, anda.
Y me sentí, feliz, llevaba tanto tiempo pensado que necesitaba un abrazo suyo, tanto rato durante la tarde, pensado en darle un abrazo. No quise decirle nada, me sentía extraña.
Me levanté y le abracé, hondo, muy hondo contra mi pecho, y apoyé la cabeza en su hombro, incluso le olí un poco, y no, no olía como solía oler, o puede que sí y ya no lo recuerdo bien. Me besó varias veces la mejilla, y tardo en soltarse, y yo a él. No quería hacerlo, quería quedarme así una o dos horas…
-Bueno Olguita, me voy, estúpida. –Decía sonriendo, esperando que le dijese mas cosas, porque no se iba, no se decidía del todo a darse media vuelta...
-Estúpido tú, ale, pásalo bien ya me contarás cosas otro día.
-Sí, venga pequeña chinche, que te lo pases bien tú también.
-Sí, ya claro, adiós.
Y ya comenzó a caminar hacia atrás y se dio la vuelta y de espaldas volvió a decir algo ladeando un poco la cabeza hacia atrás, dijo cualquier chorrada que no escuché a lo que le respondí con otra, que a lo mejor ni tendría sentido y se fue feliz. Como cuando se iba al principio de todo, como cuando le costaba irse, y no darme otro beso. Y me salio una lagrima cuando abría la puerta de casa y lloré la segunda cuando habría la de arriba, la de las escaleras.
Y no le volví a ver, hasta mucho después.
Y mientras Alex me empezaba a querer como lo había hecho Fer o como yo por lo menos lo quise a él, y Alex no me mentía, y confiaba en muchas cosas y daba ese salto, y lo hacía con gracia, con seguridad y agilidad como un gato, y mientras saltaba notaba como depositaba toda su confianza en mi para que lo agarrase cuando llegase abajo.
Yo lo quería también, mucho, pero hay muchas formas de querer, y estaba echa un lío con todo, y solo me quedaba una cosa a la que aferrarme, a su libertad, a mi libertad, es decir, a la de los tres, no pensaba echarles nunca nada en cara, ni enfadarme por nada, ni celos, ni rayadas, lo superaría todo, me sentiría mejor conmigo misma, sabría que haría las cosas bien, así. Porque si que me gustaba Alex, de veras, aunque vivíamos sin saber nada de qué clase de relación llevábamos, no teníamos ninguna etiqueta ni como amigos, ni como royo, ni como amantes, ni como nada, solo nos disponíamos a hablar cuando nos apetecía, a contarnos cualquier cosa, y nos contábamos todo, a besarnos cuando nos apetecía y a dormir juntos cuando podíamos. Disfrutábamos mucho el uno del otro.
Alex…
Nunca entenderé, por qué narices me compliqué tanto y no me fui antes con Alex, si era perfecto para mí. Bueno y supongo que siempre lo será y era tan tierno y cariñoso, y a la vez tan independiente, y simpático y divertido y era tan guapo, y tan bueno, le había echado valor, Alex, sí que había saltado, o por lo menos quería hacerlo, no sé muy bien, si ahí saltó esperado que yo estuviese abajo, o me espero al borde del precipicio para saltar conmigo.


Y me dispuse a sonreír de forma sincera. 

Melocotón en almíbar. (Parte 6)


-Menudo idiota Erika, me tiene harta. ¿Todavía no lo ha pillado, después de casi un año? ¿Es medio retrasado o qué?
-Bueno, tía, no sé, estas cosas son difíciles, no todo el mundo es como tú.
-Pero le dejé la carta, se lo repetí cientos de veces, lo que yo necesitaba. Me hice a él durante meses y aún no lo entiende. “Necesito alejarme de ti, no necesitarte, no quiero hablar ni verte demasiado”. Eso me dijo el otro día cuando quedé con él para tomar una cerveza, ¿te lo puedes creer?
-Claro, yo haría lo mismo.
-Pues entonces la loca soy yo. O sea, que me dice que no cree que vaya a querer a alguien como me quiso o me quiere a mi, y no se le ocurre otra cosa que alejarse, haber, no es tan difícil, yo le quiero todavía mucho, no me preguntes cómo, pero le quiero, si en vez de alejarse, aprendiese a quererme igual que antes, es decir, si me quisiera lo mismo que cuando vivía con él, pero dejándome que le contase cosas, aprendiendo a verme por ahí, a hacer cosas que le molestasen, porque oye chica, yo también he tragado y lo sabes. Pues eso si no se alejase y aprendiese a darme libertad total, a no condicionarme, podría estar con él, hasta que él quisiera, hasta que me muriese, pero no, el niño tiene que alejarse, olvidarme y quererme menos… Esa no es la fórmula.
-No es la fórmula porque tú le quieres.
-Pero es que yo nunca le he dicho que no le quiera.
-Ya, más o menos, te sigo, creo… De todas formas, ¿tú no estabas con Alex?
-No estamos, es raro, me gusta muchísimo, y es igual que yo, y con él podría tener ese tipo de relación que Fer no me deja tener con él…
-¿Entonces, Olga?
-Entonces, no sé, estoy esperando a que Fer se de cuenta de cómo me tiene que querer, no sé, es como la última prueba, ¿sabes? Si nunca se da cuenta, me va ha perder para siempre, nunca podré volver a quererle como lo he hecho, y con lo que le quiero, quiero dársela, pero si no se da prisa…
-¿Sí?
-Pues eso, que Alex me da mucho, si no se da prisa, puede que haya encontrado a alguien…
-Oye.
-¿Qué?
-¿Cómo es Alex?
-Pues, no sé, como yo, pero en tío
-Yo te diría que no te comieses mas la cabeza por Fer, pasa del royo, como amigos y ya está, si el otro niño te gusta y encima te entiende en todo ese royo que no te entiende Fer, y casi nadie, no sé ni siquiera por qué te lo piensas..
-Porque a Fer lo quiero mucho Erika, de verdad.
-Y yo lo sé.-Me sonrió y la respondí con otra sonrisa agotada.-Ya sé que lo echas de menos, pero le has dado muchas oportunidades y siempre se confunde.
-Pero se confunde, no aposta, sino porque en el fondo es un niño cariñoso e inocente que no tiene ni idea de nada, un pequeño mocoso irresponsable, si yo lo sé…
Me miró mientras se reía burlándose de mí. Me sonrió como diciendo, pequeña aclárate, aunque ya sepas todo.
-Oye no me mires así.
-Es que estas muy mona cuando te enfadas. Anda vamos a llamar Lur, que debe de haberse quedado dormida, como siempre.
-Ya,-me reí- seguro que anoche se inchó a porros, y cuando fuma a esa no hay quien la despierte. ¿Cojo el coche y vamos a su casa?
-Claro, pero no pienso darte para gasolina.
-Ja, ja, ja, nadie te lo ha pedido, ¿desde cuando te pido yo para gasolina sino nos vamos de viaje?
-Estaba de broma.
-Lo sé, tonta.

Fuimos al piso de Lurdes, nos abrió la puerta su compañera Sofía, no he visto chica más sosa y tiesa en mi vida. Nos metimos dando voces en la habitación de Lur, que estaba dormida, como de costumbre…
-¡Ey, qué pasa pequeña mujer que inverna!
-Sí tía, pareces un puñetero oso...
-¿Pero, que narices...? ¡Maldita sea! ¡A la hoguera perras molestas!
-Venga, joder, Lurdes, -me quejé- sal ya de la maldita cama, que habíamos quedado hace hora y media…
-¿De qué te quejas? Tú también llegas tarde la mayoría de las veces…
-Puede… pero… - cogí la almohada y se la tiré a la cabeza- ¡Levanta ostias! ¡Jajá jajá!
-Serás mala pécora… ¡dejadme vivir!
-Como no te levantes, juro por mi padre que te tiraré un cubo de agua en toda la cabeza…
-No Erika no seas perra, que tú eres capaz…
-Pues venga, arriba.

Lur por fin salió de la cama. Encendió una barrita de incienso y se prendió el cigarro. Puso el café a hacer, y mientras nosotras nos sentábamos en el sofá ella se metió en el pequeño cuartito de baño a lavarse la cara. Tenía una mirada decaída, como si hubiera estado toda la noche de fiesta. con los ojos caídos e inchados. Volvió a la cocina y salió con la cafetera, tres tazas y el cigarro en la boca. Se sentó y dejó la china sobre la mesa.
-Mierda, la leche.
-¿Y el azúcar?
-Bah.

Me levanté a por leche y azúcar mientras Erika ponía música. Lurdes se remangaba los pantalones anchos y raídos y cruzaba las piernas mientras yo cogía su cajetilla y le quitaba un cigarro.

-Y bien. ¿Y cuál es el plan?


Melocotón en almíbar. (Parte 5)


Y así lo supe, después de nueve meses. En aquel pequeño antro, escuchando Rock, bebiendo ron. Con las paredes verdes algo viejas y desgastadas, con las mesas marrones de madera, pequeñas y cuadradas; con los pósters en las paredes y una guitarra colgada. Así lo supe… Borracha, y excitada, sonriente y brillante, pequeña y despeinada. Así me lo contó, así me lo dijo, así me hundió el corazón, ahí fue cuando la quise más que nunca y a la vez ya no la quise nada.

Sentí una punzada en la nuca y mientras me daba la vuelta se me lanzaron al cuello.
-¡Fer! Joder, Fer, ¿cómo estás? Cuánto tiempo…
-¿Olga?
-Pues claro, como si no te acordases de mi, a mi no puedes mentirme…
-Vaya, estás muy borracha, cariño.
-Llevas un mundo sin verme y ¿no se te ocurre nada mejor que decir?
Anda vamos a fuera, a hablar un rato, a que me cuentes como van las cosas.

Miraba serio hacia el frente, dirigiendo la mirada hacia el cielo que se dibujaba tras el cristal empañado de la puerta de entrada al bar, ella iba serena, sonriendo, mirando al frente, casi saltando al andar.
Tenia razón estaba nervioso, el corazón me latía fuerte, muy rápido, como si se me fuera a salir del pecho, como si todo el mundo pudiera escucharlo por encima de la música. Ella estaba allí, borracha, después de nueve meses, se me había tirado encima diciéndome que me había echado de menos, menuda mierda de juego…

-¿Qué tal estas?
-Bien, no puedo quejarme. Allí, allá, llevándome un poquito de aquí y de allí. Ya me conoces… ¿Y tú?
-Bien, supongo que bien…
-¿Solo eso? Te he echado de menos, ¿sabes?
-Vaya, qué bonito,-sus palabras dolían como puñales en la espalda, ¿Cómo podía decirme que me echaba de menos si no había dado señales de vida?- Después de nueve meses, me echas de menos, ¡venga tía, no mames! Pensaba que estabas muerta.
-Joder tío, ya te pedí que no me juzgases por lo que hice, necesitaba alejarme, no saber nada, somos muy diferentes. Que no podamos estar juntos, no significa que no te quiera, ¿sabes?
-Pues no tía, pues no. No entiendo una mierda.
-Ya te lo expliqué, nunca te he mentido, si que te he querido y te quiero pero tu nunca podrías haber compartido una vida conmigo, a lo mejor sí como colega, pero no como amante o pareja o como lo quieras llamar, ya sabes lo que pienso de toda esa mierda…
-Entonces no me querías ni la mitad que yo a ti.- le decía mientras salíamos a la terraza.
-Todo lo contrario.
-¿Qué quieres decir?-Estaba intrigado, raro, nervioso, ansioso, asustado, como un niño, como si me hubiese meado encima. La miré serio, intentando parecer sereno, sabía que ella sabía que no lo estaba, pero debía aparentarlo, intentar calmarme. Metí la mano en el bolsillo del pantalón cogí el paquete de Lucky y saque un cigarrillo, saqué el mechero y lo encendí mientras empezaba a hablar.
-Pues quiero decirte que yo he aprendido a querer de tal forma que no puedes condicionar. Vamos a ver, para ti querer es una relación de pareja, tu eres mío y yo soy tuya, tú solo me quieres a mi y yo solo te quiero a ti. No cariño, querer no es eso, querer es comprender, es compartir todo al 100%, querer es ser amigos, hermanos, mucho antes que amantes, querer, mi amor, es compartir cada sonrisa y cada lagrima, es aguantar aquellas cosas que hacen feliz a esa persona y a ti te molestan porque si la quieres debes de quererla con sus pros y sus contras, no puedes condicionarla a que sea de una forma diferente, la debes querer tal y como es. No sé, si quieres a alguien déjalo libre.
Pues yo te sabía querer así, tú nunca habrías podido hacerlo. ¿Lo entiendes ahora?
-¡Tampoco me diste la oportunidad!- me enfadé.
-Claro que te la dí, durante días, durante los meses que viví contigo, hasta a aquella noche, pero seguías sin entenderlo. Por eso me fui, tuve que irme.
-¿Sabes lo mal que lo he pasado estos nueve meses?
-Claro que sí, a veces he paseado por el barrio, a veces te he visto de lejos, a veces quería volver, pero no podía, me habría condicionado sola, habría dejado de ser libre, y no puedo permitirme ese lujo.

Miré al suelo, enfadado, renegado, con los pensamientos turbios saliéndome de los oídos como cataratas negras, observando el suelo, mientras sacudía la ceniza del cigarro.
Ella hizo un gesto con los pies, como si fuera a caerse y se apoyó con la espalda contra la pared, mirando al cielo, tranquila como siempre, con una muesca de felicidad en el rostro.

-He… conocido a alguien, ¿sabes?
-¿De veras?-dije indiferentemente, no me importaba, ahora mismo solo estaba preocupado por sentir que todo lo había tirado, yo, a la mierda.- ¿qué tal es?
-Pues -sonrió- es… extraño.
-¿Extraño?
-Sí.
-¿Físicamente?
-No- rió divertida. “Claro que no, vaya estupidez como va a decir eso de él, pareces gilipollas, Fer…” pensé- Físicamente es bastante guapo y atractivo, tiene el pelo, claroscuro, y los ojos claros, no es muy alto ni muy bajo. Es mono.
-¿Entonces?
-Entonces, es extraño en el sentido de que es extraño. No sé, me gusta. Es exactamente igual que yo, en sentido de mentalidad, tenemos hasta las mismas gilipolleces, me río mucho con él, es más, no puedo dejar de reírme, y luego no se ata, pero quiere. Me preocupa saber que puedo pasar una semana con él y seguido, tres meses sin verle, y todo va a seguir igual cuando lo vea.
-¿Y qué tiene eso de malo? ¿No deberías estar más contenta por encontrar a alguien así?
-Ese es el problema, tengo miedo.
-¿Miedo? ¿De qué?
-De quererle, no me gusta la idea...

¡PLAF! ¡PUM! ¡Toma hostia! ¡Menuda paliza estaba recibiendo! Iban a tener que escayolarme el pecho a ese paso…

-No quiero tener necesidad de nadie, no quiero echar de menos, no quiero amar, o puede que sí. El problema es que me da miedo, y no sé de qué, y eso ya es preocupante…
-Ya, creo que te entiendo, no sé tía por mucho que me duela, échale un par, y que te vaya guay, ahora mismo creo que voy a ir dentro, ya sabes, a emborracharme, llámame otro día si quieres o ven a casa, o no sé, ciao.
-Te quiero mucho Fer, no lo olvides…

Dios, necesitaba un buen trago, no quería saber más, por el momento no sabía ni que sentía ni que tenia que sentir y nada, estaba mareado mirando el suelo, quería perderme del mundo. Venga Fer, olvídalo, esto ya no es nada, esto ya no duele…  Vi a sus amigas salir, no las volví a ver en toda la noche. Me daba igual, me daba igual todo en ese momento, me emborraché y al día siguiente me costó recordar, pero aun recordaba lo suficiente de esa noche. Que surrealista era todo…


Desnudarte debería ser una obligación diaria.

Podría tomarme todo el tiempo del mundo en despojarte de tu ropa; lentamente, las yemas de mis dedos rozan tu piel y la textura de tu camiseta. Mirarte de espaldas y ver tu cuerpo desnudo, frágil, indefenso, suave, caliente. No necesito argumentos para hacerlo, solamente el centelleante brillo de tus ojos, y el suave tacto de tu piel, sígueme y seremos uno, métete dentro de mi, y déjame escuchar la banda sonora de nuestros corazones agitándose fuertemente, desnudarte debería ser una obligación diaria, así de simple. Sé que nadie te ha tocado antes como yo lo hice. Deja que mis manos lleven caricias a tu espalda hasta que tu piel se ponga de gallina a causa de los continuos escalofríos, deja que tu boca me emborrache y que nuestros pies jueguen entre las sábanas, con  la inocencia de dos niños pequeños jugando, sin picardía, deja que ese veneno tan dulce corra por mis venas, vamos, ven, entra tus secretos mas oscuros en mi jardín del edén, en mi paraíso personal, en donde sus puertas se hayan en tu cama.
Hoy no existe el reloj, ni el tiempo, no existen personas, ni siquiera la nada o el todo son excusas falibles para detenernos, declárame la guerra en tu colchón hasta que llegue el amanecer, y si llega, hazle trampas al sol.

Observa y aprende.

Las personas confunden el derecho a opinar, con el poder de juzgar a los demás.
Nadie, repito, nadie tiene derecho a juzgar a una persona se presenten los hechos que se presente. Nunca sabes cual puede ser el motivo que haya inclinado a una persona a hacer algo. Incluso, puede que esa persona tampoco los sepa y hayan sido motivos inconscientes, o subconscientes.
Por eso, nunca tendremos el derecho de juzgar a alguien, por muy egoístas o muy nobles que hayan sido los motivos para hacer o actuar de una determinada forma, siempre los tendrá, siempre tendrá un motivo, una necesidad, un trauma, un sueño, una esperanza, un miedo... Es como quien juzga a un pobre de ladrón. Puede que haya cometido un robo, pero su motivo es el hambre, y la necesidad de sobrevivir. Alguien le tachará de mala persona, pero habría que ver a esa persona en tal situación.

Recuerda: cada persona es un mundo, cada persona es su persona, sus decisiones y sus consecuencias. Todos tenemos motivos para hacer cualquier cosa, todos tenemos porqués.

Keres

La noche estaba bien entrada ya y era fría. La madrugada me ayudó a salir de la taberna con las mejillas sonrrojadas. Había niebla y caía de las nubes una leve llovizna. Cogí mi bastón, me puse mi sombrero, mis guantes, y abroché mi gabardina.
Mis pasos resonaban por todas las esquinas sobre las piedras que formaban la calle. El gran BigBen me recordó la hora con un gran enfado "¡Tong, Toong!".
-Tranquilo, viejo amigo -dije mirando al gran reloj, mientras encendía mi pipa.- ya vuelvo al nido. No te pongas así conmigo que, una noche tan bonita hay que disfrutarla, y ese coñac lo merecía.

Las calles de Londres estaban vacías y humedas, solo se escuchaba correr a las ratas buscando algo con lo que alimentar a sus crías. Las luces de las farolas eran muy tenues y se disipaban entre la niebla, mientras ésta crecía como si el viento viniera fumando en pipa de un club de fumadores clandestino tras haber perdido una partida de cartas.
Crucé el puente de la "calle 13", no faltaba mucho para llegar a casa. Tras la neblina, a lo largo de la calle, comencé a distinguir una figura. Una mujer embuelta en un chaquetón rojo oscuro casi negro recogía algo del suelo y parecía tener dificultades para caminar. Me acerqué rápido prestándome para ayudarla.
-Disculpe usted, señorita, ¿necesita ayuda?
Ocultaba su rostro bajo una capucha, de un brazo le colgaba un manguito de piel de liebre y con la mano que le quedaba libre sostenía un zapato con un tacón roto.
-Buenas noches. -Respondió sencilla.- No se preocupe usted, siempre olvido que las calles de Londres son de manpostería.
-¿Es usted de fuera?
-Así es.
Era una mujer pálida, muy pálida, parecía tener la tez hecha de porcelana, de labios rojos, ojos grises y una espumosa y ondulada cabellera negra. Una de las mujeres mas bellas habidas hasta el momento sin duda alguna. Al menos vista a mis ojos.
-Perdone si me entrometo, pero, ¿qué le trae por Londres a una mujer tan delicada en una noche tan fría? Es muy tarde, y usted sola por las calles podría toparse con cualquier hijo de mala madre.
-Digamos que viajo mucho. Hoy aquí. Mañana allí.
-¿Viaja usted mucho? Ha visto mundo, me imagino, pues.
-He recorrido mundo, sí. He visto todo. He visto cosas que escapan a sus sentidos. Es tarde y he de irme rápido, pero, si no le importa, agradecería su compañía, pues como bien ha dicho, ya es tarde y hay peligro por las calles.
-La acompañaré hasta su destino encantado, señorita. -Le ofrecí mi brazo y la ayudé a caminar con un solo zapato.- ¿Qué le hace viajar tanto?
-Trabajo.
-¿Trabaja la señorita?
-Sí, desde hace muchos años.
-¡Qué interesante! ¿A qué se dedica?
-A aquello que nadie más quiere dedicarse.
-¿Cómo qué?
-LLevo personas de un lado a otros, mientras aguanto que sus conocidos me maldigan y me odien por ello.
-¿Es usted agente de viajes, entonces?
-Algo así. -Se hizo el silencio durante unos instantes.
-Y bien, señorita, ¿hasta dónde he de llevarla?
-¡Oh! Hoy no tengo prisa ni rumbo fijo. Cáminemos hasta que sea la hora propicia o me señalen otro destino, hace una noche tranquila y he decidido que va a hacerme compañía durante ella, si no le es incombeniente.
-En absoluto, a una mujer tan preciosa como usted la acompañaría hasta el último de mis días.

Rompió en una carcajada que iluminó sus mejillas.
-Me alegra mucho oirle decir eso. ¿Sabe? No suelo tener mucha compañía.
-¿A qué se debe? Si se me permite.
-Todas las personas que conozco se alejan de mi demasiado deprisa. Cosas del trabajo.
-Vaya, es usted una mujer muy misteriosa e interesante. Supongo que es por el problema de viajar mucho. Pero seguro que le merece la pena.
-En realidad, a veces sí, y otras no. Depende del momento y el lugar.
-Gajes del oficio, supongo.
-Así es. ¿Puede decirme la hora?
Saqué mi reloj de bolsillo.
-Son las 02:06am.
-Aún tenemos algo de tiempo para pasear, - dijo sonriendo con los ojos cerrados, con una expresión de sosiego.
-¿Puedo preguntarle su nombre?
-Tengo muchos nombres, depende del lugar en el que esté.
-¿Cómo cuáles? - Ella rió tras escuchar mi pregunta.
-Son nombres muy feos...
-Digamelos, por favor.
-Tengo tantos nombres que algunos se me han olvidado con el paso del tiempo. Me llaman Coatocha, Canica, La Blanca, La muda, Güera, La madre Matiana, La Pálida a veces, otras La Triste, Azrael, Morona, o simplemente muerte o Parca. Aunque a mi me gusta más Keres, es un término de la mitología griega antigua.
Entonces reí casi como un histérico.
-¿Intenta decirme que es la muerte?
-Ésa soy.
-Debo de haber bebido demasiado...
-Eso también es cierto, querido. Y por fortuna o mala suerte ya se nos agotó el tiempo.
-¿Qué quiere decir?
-Que he de llevarte al otro lado.
-¿Me está diciendo que va a matarme?
-Ya estás muerto.
-¿Cómo? Usted está loca, señora. -Casi grité a la vez que soltaba mi brazo del suyo.
-Está muerto desde que me ha visto.
-¿Qué dices, mujer? ¡Estoy sano como un roble!
-No. Estás muerto, tu cuerpo yace en el suelo, en el mismo lugar dónde me encontraste. Si no me crees, solo tienes que retroceder sobre tus pasos.
-¿Y de qué se supone que he muerto? -Pregunté mientras me daba media vuelta.
-Muerte súbita. Has tenido una muerte súbita provocada por tu alcoholismo y tu enfermedad hepática. Algo extraño y más a la edad de 37 años.
Comencé a asustarme, esa mujer sabía mi edad. Corrí calle arriba, no me costó mucho la verdad, me movía rápido, como si no pesase nada. Y al llegar, allí estaba yo, tumbado en el suelo, boca abajo, con el bastón y el sombrero al otro lado de la acera. Miré hacía detrás. Aquella mujer, o aquél ser con forma de mujer me esperaba en medio de la calle tendiendome una mano  cubierta con un guante negro. Me resigné y caminé hacía ella.
-Tranquilo, no tengas miedo, lo peor ya ha pasado, por lo menos tú no has estado agonizando.
Me quedé en silencio pensando mientras caminabamos hacia delante, ella tampoco dijo nada más.

-Dime, ¿cómo es el otro lado?

Reminiscencia

Y corríamos descalzos por el bosque agarrados de la mano, caminábamos sobre la alfombra de hojas verdes y naranjas. No había rastro de humanidad por ningún lado, solos tú y yo.

Jugábamos entre los árboles, sonreían al vernos acurrucados bajo el verde follaje que deja pasar a cachitos y ratitos rayitos de luz entre las hojas, me sonreías, me tocabas, me hacías, me dejaba hacer...

Y allí bajo aquel árbol grabamos nuestros nombres a piedra, nos clavamos la mirada al unísono, me agarraste y echamos a correr de nuevo. Miramos atrás, y supimos que no volvería a vernos nadie jamás.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Tengo un terremoto en(tre) las piernas.

No me gustan esas frases cursis que hablan de té, sombras y sexo en el desván, pues, el amor no se manifiesta  en las sombras, ni sabe a tequila, se pacta en un colchón o huele a lilas. La pasión, no puede con los sonidos de una noche, ni huye por las esquinas, sino que se encuentra en ellas. Los gemidos sordos corren por las calles. El amor, no, el amor, no sabe a hierba entre los labios, ni te calienta como un chocolate en invierno, se siente en unas sabanas de seda, o se ve a contraluz por la ventana. El sexo no solo es beber de su saliva, descubrir como suda un cuerpo, ni resquebrajar la piel con tus uñas.
Veras, el sexo... mi sexo se manifiesta en que cada vez que te veo tengo un terremoto en(tre) las piernas.