jueves, 21 de febrero de 2013

Melocotón en almíbar. (Parte 7)

Después lo volví a ver, solo una vez, nos encontramos por ahí y fuimos a tomar algo, me estuvo contando cosas, muchas cosas.
Me contó que tenía curro nuevo, y que había comprado unos discos nuevos, que el fin de semana anterior había estado de fiesta, y que en media hora había quedado con una chica:
-Estuvo muy bien, tía. Se petó de gente.
-Me alegro, si lo llego a saber me acerco. Aunque no sé si estas habrían querido ir.
Bueno, y qué más te cuentas, ¿a dónde ibas ahora?
-Ahora, bueno… a dar una vuelta- lo dijo algo seco, de una forma rara, pensándoselo. Sonreí para mí.
-¿A dar una vuelta? ¿Tú solo, no?
-No,-dijo de la misma manera- claro que no voy solo. He quedado con una amiga…
Me reí con ternura:
-¿Con una chica? ¿Tienes algo con ella, eh?
-Bueno, algo, pero bah, no sé paso de rollos serios, es salailla, pero tampoco te creas que me gusta mucho.
-Ya, claro... ¿Y dónde vas a ir?
-Pues no sé, supongo que con sus amigas a dar una vuelta. –A dar una vuelta con sus amigas, en la vida a querido acercarse a las mías, que irónico… pensé, en el fondo me hacia gracia y por otra parte me daba algo de rabia.
-Entonces tienes algo serio...
-Que va, si ella se va ahora.
-¿Y? No tiene nada que ver.
-No, en serio, paso. Además, que no sé. Es guapa, y simpática, pero no me llama la atención de forma exagerada, estoy agusto y ya está. Además, no podría tener nada serio con ella…
-Lo que tu digas- me burlé de él- A mi me parece que hay algo mas. Oye, ¿me acompañas a por tabaco al estanco?
-Claro.
Me levanté de la silla de plástico vieja de terraza de bar, cogí el bolso y me dirigí al estanco. Él venia a mi lado, mirándome de reojo, con un atisbo de felicidad en el rostro, y yo con cara seria, preocupada. Sí, preocupada, por mucho que me joda reconocerlo, estaba preocupada. Llevaba enrollándose con una chica, que le molaría de antes, no sé cuánto tiempo, y encima se iba con ella y sus amigas a tomar algo, y a saber qué más cosas haría, sin yo saberlo. Le diría chorraditas al oído y se la comería, y ella se enchocharía, y se lo querría llevar para ella para siempre, para que ninguna otra mujer lo mirase, y sonreiría, sonreiría siempre. Y él, que siempre me había dicho que me quería tanto, y yo sé que me quería, pero empiezo a dudar de cuánto.
Él no es como yo, yo podría hacer eso amando con locura a cualquier persona, pero él, mucho tendría que gustarle, mucho se tendría que haber olvidado de mi. Ni si quiera me había dado señales de vida en un mes, únicamente las daba yo... a él. Nunca había sido capaz de salir por ahí conmigo, y me daba la impresión que por ella estaría haciendo mas cosas en estos momentos. Es horrible pensar en abandonar a alguien para que todo vaya mejor y que todo se vaya a la mierda, aunque todo esto ya estaba previsto de antemano. Te vas para que los dos podamos ser felices, para que él no me condicione, para que me comprenda y confíe en mi como yo lo hacia en él.
Fer no sé da cuenta, que lo único que quería era que echase a volar del nido, y él se ha visto como un poyuelo abandonado y se a buscado a otra que no le obligue a hacer ese tipo de cosas que dan miedo, a superar todo eso por lo que nos aferramos todos al mismo modelo de relación de pareja. Es muy fácil sentir celos, o sentir inseguridad, o desconfiar, y hacer locuras y ser egoísta. Pero no es fácil cuando saltas de un precipicio esperando superar todo eso, esperando hacer un salto perfecto y caer de pie como los gatos, o esperar que esté debajo para cogerte. Es muy difícil conseguir el valor y echarle cojones para superar todo aquello que condiciona a las personas, y sí, a veces da miedo, y decides ser como los demás y hacer las cosas más fáciles porque esos tipos de valores ya te los sabes de antemano. No hay nada nuevo que aprender, yo salté y él se aferró al calor del nido, a la seguridad de la rama; a que ya allí no le sorprendería nada.

Entonces me miró y me dio un beso en la mejilla, de una forma extraña, solo noté mucho, mucho cariño y mucho amor, y me hizo sonreír y me hizo pensar aquello de que a lo mejor algún día se atreva a saltar desde el precipicio.
Me dio un beso en la mejilla, como se le da a una niña pequeña o a una hermana, y me subió la bilirrubina. Y entonces lo miré y lo volví a ver: la sonrisa y el brillo en los ojos marrones de Fer, y la sensación de añoranza y como se me humedecían los ojos, y mi boca en forma de luna apuntando al techo. Y suspiré; aquello del “ains” escapándose despacio de mis labios casi como las aguas lentas cayendo al vacío.

Y entré en el estanco. Fer me esperó en la puerta, y mientras yo compraba un paquete de cigarrillos a él le llamaban por teléfono, sólo acerté a oír que era una tal Sonia, así que supongo que sería la chica esa de la que me había estado hablando.
Salí del estanco y lo miré sonriente.
-¿Te vas ya?
-Sí, mas o menos, ¿tú qué vas a hacer?
-Yo iré a casa, hoy no hay mucho que hacer, es miércoles.
-Bueno pues, te acompaño un poco, si quieres.
Eso significaba que le apetecía estar conmigo, si había quedado con esa chica a una hora y ya le había llamado era por algo y si se quedaba más tiempo, aun tardaría más.
Sonreí.
-Claro, además, a saber cuándo vuelvo a verte…
-Pronto, un día de estos te llamo.
-A ver si es verdad. ¿Te echas un piti conmigo?
-Vale, pero me tengo que ir pronto, eh.
-Lo sé, lo sé.
Nos sentamos, en un banco enfrente de la puerta de casa, y nos pusimos a hablar de chorradas, solo por no dejarnos de hablar, para disfrutarnos un poco. Conversaciones banales y tontas, entonces le dieron un toque al móvil. Sí, debía de llegar un poco tarde.
-Bueno, me tengo que ir Olga.
-Pues nada, que te lo pases bien. Llámame un día de estos.
Se levantó y se puso delante de mí.
-Dame un abrazo, anda.
Y me sentí, feliz, llevaba tanto tiempo pensado que necesitaba un abrazo suyo, tanto rato durante la tarde, pensado en darle un abrazo. No quise decirle nada, me sentía extraña.
Me levanté y le abracé, hondo, muy hondo contra mi pecho, y apoyé la cabeza en su hombro, incluso le olí un poco, y no, no olía como solía oler, o puede que sí y ya no lo recuerdo bien. Me besó varias veces la mejilla, y tardo en soltarse, y yo a él. No quería hacerlo, quería quedarme así una o dos horas…
-Bueno Olguita, me voy, estúpida. –Decía sonriendo, esperando que le dijese mas cosas, porque no se iba, no se decidía del todo a darse media vuelta...
-Estúpido tú, ale, pásalo bien ya me contarás cosas otro día.
-Sí, venga pequeña chinche, que te lo pases bien tú también.
-Sí, ya claro, adiós.
Y ya comenzó a caminar hacia atrás y se dio la vuelta y de espaldas volvió a decir algo ladeando un poco la cabeza hacia atrás, dijo cualquier chorrada que no escuché a lo que le respondí con otra, que a lo mejor ni tendría sentido y se fue feliz. Como cuando se iba al principio de todo, como cuando le costaba irse, y no darme otro beso. Y me salio una lagrima cuando abría la puerta de casa y lloré la segunda cuando habría la de arriba, la de las escaleras.
Y no le volví a ver, hasta mucho después.
Y mientras Alex me empezaba a querer como lo había hecho Fer o como yo por lo menos lo quise a él, y Alex no me mentía, y confiaba en muchas cosas y daba ese salto, y lo hacía con gracia, con seguridad y agilidad como un gato, y mientras saltaba notaba como depositaba toda su confianza en mi para que lo agarrase cuando llegase abajo.
Yo lo quería también, mucho, pero hay muchas formas de querer, y estaba echa un lío con todo, y solo me quedaba una cosa a la que aferrarme, a su libertad, a mi libertad, es decir, a la de los tres, no pensaba echarles nunca nada en cara, ni enfadarme por nada, ni celos, ni rayadas, lo superaría todo, me sentiría mejor conmigo misma, sabría que haría las cosas bien, así. Porque si que me gustaba Alex, de veras, aunque vivíamos sin saber nada de qué clase de relación llevábamos, no teníamos ninguna etiqueta ni como amigos, ni como royo, ni como amantes, ni como nada, solo nos disponíamos a hablar cuando nos apetecía, a contarnos cualquier cosa, y nos contábamos todo, a besarnos cuando nos apetecía y a dormir juntos cuando podíamos. Disfrutábamos mucho el uno del otro.
Alex…
Nunca entenderé, por qué narices me compliqué tanto y no me fui antes con Alex, si era perfecto para mí. Bueno y supongo que siempre lo será y era tan tierno y cariñoso, y a la vez tan independiente, y simpático y divertido y era tan guapo, y tan bueno, le había echado valor, Alex, sí que había saltado, o por lo menos quería hacerlo, no sé muy bien, si ahí saltó esperado que yo estuviese abajo, o me espero al borde del precipicio para saltar conmigo.


Y me dispuse a sonreír de forma sincera. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario